Fracturas, heridas, roturas … la vida misma es eso, romperse y volver a empezar. Hacerte añicos para después recomponerte de nuevo, quizá de otra manera; probablemente las piezas ya no encajen en el mismo lugar.
A veces las experiencias nos golpean tan fuerte que tenemos que aprender a encajar nuestras piezas y a sellarlas bien para que no se muevan, crear fortalezas antes las debilidades y ante las perdidas. Es en ese punto, donde creces como persona, tus cicatrices te han hecho una persona más rica en experiencias, con ellas aprendiste donde están las oportunidades a pesar de los golpes, quizá descubriste fortalezas que de otra manera no hubieses descubierto.
Y a pesar de todo esto, la cicatriz sigue siendo cicatriz, se sigue viendo como cicatriz, y se vive como cicatriz. Algo así cómo un corta y pega externo, algo sin valor, que se oculta porque duele o incluso porque afea.
Innumerables veces hemos ocultado las cicatrices físicas y espirituales.
La mayoría de las veces pensamos que estas son, cuanto menos, incomodas de ver y más aún de mostrar. Nos preguntamos por qué los demás tienen que percibir nuestras heridas; puede que nosotros mismos no queramos mostrarlas, bien por miedo, por no tener que explicarlas, o porqué no las consideramos como algo digno de consideración. Nos sentimos vulnerables ante las heridas, y no orgullosos de cómo las hemos sanado, ni del valor, el coraje y el empeño que hemos puesto en ello.
¿Realmente eres de los que piensas que la cicatriz de una operación, un moretón o una herida te afean?, ¿borrarías la situación que lo provoco?, ¿borrarías esa experiencia, las sensaciones que te abordaron?, es más, ¿borrarías también a los coprotagonistas que participaron en ella?.
Y en cuanto a las heridas del alma (sea lo que sea el alma), ¿hasta dónde las intentas tapar?. Probablemente, te hagan sentir más vulnerable…lo que no nos paramos a pensar es que cuando reconocemos nuestras inseguridades, las hacemos conscientes y podemos trabajar para superarlas. Son signos de batallas que hemos librado y superado.
Para y piensa!:
Los guerreros que no se han enfrentado a ninguna batalla, ¿Dónde encuentran su valía?. Lo que los hace diferentes son las batallas que han librado y el aprendizaje que han obtenido de esa experiencia. Lo más probable es que a ellos sí les guste mostrar sus heridas, y se sientan orgullosos de ellas.
Parémonos por un momento a considerar donde reside la belleza, ¿en la proporción de las formas o en la singularidad e individualidad de las cosas?. Belleza absoluta en lo sutil, pero también en lo que sobresale aunque a priori puede resultar llamativo e incluso brusco. Atrévete a acentuar lo imperfecto, lo que te hace diferente también te hace único y autentico.
Las imperfecciones, las heridas, tu historia es tu identidad, no las borres, acéptalas y lúcelas con orgullo. Habrá quien las reconozca como belleza y admiración y te sentirás afortunado por ello.
Las cicatrices no son más que una nueva oportunidad a la creación, a la superación y a otra nueva Belleza.
Numerosas metáforas se han creado en torno a las cicatrices y a la vida, y en torno a la belleza pero nadie mejor que los japoneses para plasmarlo en arte. El kintsugi (o kintsukuroi) es la práctica de reparar las fracturas de la cerámica con barniz o resina espolvoreada con oro. Así, destacan las cicatrices y ponen de manifiesto la trasformación de las piezas. Las cicatrices se adornan y embellecen más aún el objeto.
“La vida te rompe y te quiebra en tantas partes como sean necesarias para que por allí entre la luz”. Bert Hellinger.